13.8.08




























En recuerdo de Román, el niño mágico

Escribo llena de dolor por la reciente pérdida de Román Licciardi. Y también llena de rabia, porque su marcha tan repentina e inesperada me impidió decirle lo mucho que le quería y lo importante que fue su amistad para mí. Ahora lamento profundamente no haberle llamado en cualquiera de las muchas ocasiones en que pensaba en él, y no haber aprovechado el tiempo para agradecerle lo mucho que me enseñó.

Ya no puedo hacer nada, y pienso que la vida es muy injusta pero, cómo no, Roman ha vuelto a enseñarme algo, y es que de los errores se aprende, así que si tuviera la suerte de volver a encontrarme con una persona especial, no la dejaría escapar y la cuidaría con toda mi alma.

Roman era una persona extraordinaria, de las mejores personas que te puedes encontrar en la vida, y cuya sola presencia ya transmitía confianza y tranquilidad. Le conocí cuando teníamos cinco o seis años e íbamos juntos a la escuela francesa. Al igual que yo, no era brillante en los estudios, pero sabía mucho más que toda la clase junta. Tenía ese tipo de sabiduría que no se adquiere en la escuela, sino junto a unos padres estupendos y en un hogar maravilloso. Los que conocimos su casa la tenemos grabada para siempre, porque era preciosa, fruto del esfuerzo y cariño de su familia. Su cuarto estaba lleno de cosas sorprendentes que no era habitual encontrar en la habitación de un niño, como fósiles, conchas, oro en polvo... y tenía el primer podenco ibicenco que vi en mi vida.

También recuerdo su afición por los aviones. Cuando estábamos en el patio del colegio y pasaba un avión por encima de nosotros, tan sólo por el sonido que producía ya sabía qué tipo de avión era. No sé si era cierto, pero yo me lo creía, todos le creíamos.

Roman era el mejor. Le gustaba escuchar, investigar, poner a prueba todos los sentidos, y además tenía capacidad de trabajo y fuerza de voluntad, serenidad, valentía y, por supuesto, alegría.

Yo lo vi en situaciones difíciles cuando alguna profesora, ignorando su extraordinaria sensibilidad y su inteligencia poco común, le reprochaba por su torpeza o por estar soñando en clase, y él respondía con una madurez insólita para su edad, sin enfadarse, haciendo siempre el esfuerzo de ponerse en el lugar de la otra persona, como si fuera lo más natural.
Tenía todas las cualidades y las competencias de un artista, y además, una bondad excepcional. Desde pequeño se intió muy atraído por la música, el mar, los animales... Quién no se acuerda de las plumas de pavo real que traía al colegio... O de sus exquisitos dibujos de peces y monstruos marinos.

Cuando dejamos el colegio francés empezamos a coincidir con menor frecuencia y, sin darnos cuenta de la trascendencia, empezamos a vernos menos. Dejamos de vernos pero yo nunca me olvidé de él, jamás. Tengo tantísimos recuerdos suyos que creo que no sería como soy si no hubiera sido por él. Y si algo me consuela, aunque no mucho, es pensar que mientras mantengamos vivo su recuerdo, no se irá completamente.

La pena que siento por su marcha me acompañará toda la vida. Pero también me acompañará la satisfacción de haber sido su amiga y la alegría de haberle conocido.

Adelaida Guasch Migélez

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay tantas cosas que quisiera decir que nosé por donde empezar, hay tantos sentimientos que no los puedo expresar. Al principio no me lo creía y pensé que un día aparecería, con su sonrisa tan amable con la que te invitaba a acompañarle en su gran felicidad, su mirada llena de bondad y amor que a todos los que lo conocimos nos cautivó de una manera u otra. Pero ahora, simplemente, no quiero creerlo y sigo esperando el momento en el que aparezca, me de un abrazo y me diga algo para hacerme sentir mejor. Solo os puedo decir que siempre que suena un saxo pienso en él, de esta manera, para mi, siempre estará conmigo.
ALBA TORRES MATEU.

Ade dijo...

Cielo, siempre estas conmigo y sigues enseñandome la belleza de la vida

Un abrazo con mucho cariño a la familia de Roman.