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En recuerdo de Román, el niño mágico
Escribo llena de dolor por la reciente pérdida de Román Licciardi. Y también llena de rabia, porque su marcha tan repentina e inesperada me impidió decirle lo mucho que le quería y lo importante que fue su amistad para mí. Ahora lamento profundamente no haberle llamado en cualquiera de las muchas ocasiones en que pensaba en él, y no haber aprovechado el tiempo para agradecerle lo mucho que me enseñó.
Ya no puedo hacer nada, y pienso que la vida es muy injusta pero, cómo no, Roman ha vuelto a enseñarme algo, y es que de los errores se aprende, así que si tuviera la suerte de volver a encontrarme con una persona especial, no la dejaría escapar y la cuidaría con toda mi alma.
Roman era una persona extraordinaria, de las mejores personas que te puedes encontrar en la vida, y cuya sola presencia ya transmitía confianza y tranquilidad. Le conocí cuando teníamos cinco o seis años e íbamos juntos a la escuela francesa. Al igual que yo, no era brillante en los estudios, pero sabía mucho más que toda la clase junta. Tenía ese tipo de sabiduría que no se adquiere en la escuela, sino junto a unos padres estupendos y en un hogar maravilloso. Los que conocimos su casa la tenemos grabada para siempre, porque era preciosa, fruto del esfuerzo y cariño de su familia. Su cuarto estaba lleno de cosas sorprendentes que no era habitual encontrar en la habitación de un niño, como fósiles, conchas, oro en polvo... y tenía el primer podenco ibicenco que vi en mi vida.
También recuerdo su afición por los aviones. Cuando estábamos en el patio del colegio y pasaba un avión por encima de nosotros, tan sólo por el sonido que producía ya sabía qué tipo de avión era. No sé si era cierto, pero yo me lo creía, todos le creíamos.
Roman era el mejor. Le gustaba escuchar, investigar, poner a prueba todos los sentidos, y además tenía capacidad de trabajo y fuerza de voluntad, serenidad, valentía y, por supuesto, alegría.
Yo lo vi en situaciones difíciles cuando alguna profesora, ignorando su extraordinaria sensibilidad y su inteligencia poco común, le reprochaba por su torpeza o por estar soñando en clase, y él respondía con una madurez insólita para su edad, sin enfadarse, haciendo siempre el esfuerzo de ponerse en el lugar de la otra persona, como si fuera lo más natural.
Tenía todas las cualidades y las competencias de un artista, y además, una bondad excepcional. Desde pequeño se intió muy atraído por la música, el mar, los animales... Quién no se acuerda de las plumas de pavo real que traía al colegio... O de sus exquisitos dibujos de peces y monstruos marinos.
Cuando dejamos el colegio francés empezamos a coincidir con menor frecuencia y, sin darnos cuenta de la trascendencia, empezamos a vernos menos. Dejamos de vernos pero yo nunca me olvidé de él, jamás. Tengo tantísimos recuerdos suyos que creo que no sería como soy si no hubiera sido por él. Y si algo me consuela, aunque no mucho, es pensar que mientras mantengamos vivo su recuerdo, no se irá completamente.
La pena que siento por su marcha me acompañará toda la vida. Pero también me acompañará la satisfacción de haber sido su amiga y la alegría de haberle conocido.
Adelaida Guasch Migélez
Death is nothing at all.
I have only slipped away into the next room.
I am I and your are you.
Whatever we were to each other,
That we are still,
Call me by my old familiar name,
Speak to me in the easy way you always used,
Put no difference into your tone,
Wear no forced air of solemnity of sorrow,
Laugh as we always laughed,
At the little jokes we always enjoyed together.
Play, smile, think of me, pray for me,
Let my name be ever the household word that it always was,
Let it be spoken without effort,
Without the gost of a shadow in it,
Life means all that it ever meant,
It is the same as it ever was,
There is absolute unbroken continuity,
What is death but a negligible accident?
Why should I be out of mind,
Because I am aout of sight?
I am waiting for you for an interval,
Somewhere very near,
Just around the corner...
All is well.